Las criaturas sin huellas que me acompañan, se refugian en un tiempo retardado de incubación. Las guaridas son su hábitat natural, pues en ellas, las criaturas encuentran el espacio para estar consigo mismas y, así, poder revelar el secreto de la existencia.
Las guaridas constituyen parte de un espacio imaginado para ser habitadas por estas criaturas, una réplica del mundo construido a partir de evocaciones de territorios eclipsados por las convenciones de paisajes comunes.
Las criaturas admiten este espacio imaginado como un hábitat ficticio —como paisajes para pertenecer—. Habitar el paisaje como hábitat implica adentrarse en una experiencia desconocida por primera vez, donde los motivos representados en esa ficción transmutan su significado para confundirnos en la expedición por este mundo nebuloso.
Habitar en un hábitat ficticio es reconocerse en la extrañeza de lo difuso.
Dialogar con las criaturas que me acompañan en el letargo del tiempo retardado me sitúa frente al ser oculto que todos conservamos en estado de latencia. Indagar en las guaridas donde yacen las criaturas me permite explorar ese ser oculto para intentar descifrarlo y descubrir en él todo lo que hasta entonces ha sido silenciado.








